La exposición puede visitarse en la 2ª planta de la Biblioteca del 6 de mayo al 12 de julio

 

El descubrimiento de las Antigüedades árabes en España

Los primeros trabajos de documentación gráfica de las antigüedades árabes de España son los dibujos que realizó el profesor de pintura y arquitectura Diego Sánchez Sarabia (1704-1779) de los palacios de la Alhambra de Granada y de quien conservamos en la colección de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando seis lienzos y cuarenta y tres dibujos

Como ha recogido Antonio Almagro en el extraordinario catálogo El legado de Al-Andalus. Las Antigüedades árabes en los dibujos de la Academia (Madrid, 2015), el encargo inicial había partido de Ignacio de Hermosilla (1718-1794), Secretario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando entre 1753 y 1776, quien había propuesto en 1756 al pintor Manuel Sánchez Jiménez que hiciese una copia fidedigna de los retratos de los “Reyes Moros de Granada”. Tres años después, y en vista de que Sánchez Jiménez no había cumplido esta encomienda, Luis Bucareli, a iniciativa de la Academia, trasladará el encargo a Sánchez Sarabia, quien a finales de 1760 proporciona tres pinturas al óleo de los retratos y figuras de la Sala de los Reyes y dibujos de algunas inscripciones. Enseguida, en los años 1761 y 1762, Sarabia remitirá a la Academia otros tres óleos de las pinturas de la sala de los Reyes así como los planos, alzados y dibujos de motivos decorativos de pavimentos y frisos, elementos arquitectónicos, cerámicas e inscripciones del palacio nazarí y del palacio de Carlos V. Sin embargo, distintas circunstancias llevaron a poner en duda la fiabilidad del trabajo de Sánchez Sarabia y sus planos de arquitectura acabaron desechados, encomendándose al capitán de ingenieros, arquitecto y académico honorario José de Hermosilla y Sandoval (1715-1776) la culminación de este trabajo, para el que se recabó adicionalmente la ayuda de dos jóvenes arquitectos: Juan de Villanueva (1739-1811) y Juan Pedro Arnal (1735-1805).

Las “Instrucciones de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando a José de Hermosilla para corregir, perfeccionar y completar los dibujos del Palacio Real y del edificado de orden del señor emperador Carlos en la Alhambra de Granada”, elaboradas por Ignacio de Hermosilla y Tiburcio Aguirre, nos dan idea del trabajo a llevar a cabo, que se desarrollaría a partir de octubre de 1766 con el objetivo de levantar un plan general de toda la fortaleza y población de la Alhambra, inclusa su muralla y todos los edificios que comprende, anotando el desclivio y desnivel de el terreno”.

Desde la publicación de Antigüedades, como señala Javier Ortega Vidal, el resto de las obras que trataron sobre el monumento nazarí ya tendían un punto de partida.

 

En una tradición que procede de los métodos de enseñanza de la Real Academia de Bellas Artes, la Escuela Especial de Arquitectura de Madrid, desde el momento mismo de su creación en 1844, desarrolló una política de acrecentamiento de los materiales didácticos para el apoyo de sus clases mediante la realización de dibujos y vaciados de escayola de los monumentos españoles más representativos.

Entre las primeras iniciativas para el cumplimiento de estos objetivos hay que destacar la organización de una serie de viajes de estudios a partir del año 1849 para conocer y dibujar algunos de los mejores ejemplos de ese rico patrimonio edificado. Estas expediciones, dirigidas al principio por elprofesor Antonio Zabaleta, que sería director de la Escuela entre 1854 y 1855, y que contaron con una subvención oficial a partir de su segunda edición, fueron el inicio de un importante proyecto apoyado por el Gobierno mediante una Real Orden de 3 de julio de 1856, por la que se nombró una comisión con el cargo de perpetuar en una publicación gráfica y descriptiva la información sobre dicho patrimonio.

Así nació la colección Monumentos Arquitectónicos de España, un colosal proyecto bibliográfico, desgraciadamente inacabado, en el que se fueron describiendo de forma gráfica y textual, algunos de los monumentos más significativos de nuestro país, así como los objetos artísticos integrados en ellos a partir de 1860. El proyecto estuvo gestionado entre sus inicios y el año 1872 por la propia Escuela a través de una comisión que presidieron sucesivamente siete de sus directores.

La colección aspiraba desde su creación en 1856 a configurar un panorama mucho más amplio pues, nació con el propósito de acabar constituyendo una completa historia de la arquitectura española, editada en cuadernos dedicados cada uno a un monumento y preparada para encuadernarse según una ordenación por estilos y provincias. Este proyecto ya se había abandonado cuando el día de año nuevo de 1860 salió la primera entrega, con un contenido heterogéneo de láminas y textos de edificios distintos. Y así siguió desarrollándose durante más de tres lustros el plan de publicación, con cuadernos de periodicidad incierta y sin orden alguno discernible en su contenido. Hubo de esperarse a 1876, cuando la colección ya estaba desvinculada de la Escuela y gracias al concurso de un editor profesional, José Gil Dorregaray, para que empezaran a aparecer las primeras monografías, con cuyo fin se sistematizó y amplió en lo necesario el material gráfico y escrito disponible. Cuando cinco años después se cerró definitivamente la serie, ésta quedó compuesta por treinta monografías (no sabemos de ninguna biblioteca que las tenga completas, ni siquiera la nuestra) y numerosas láminas y hojas de texto de sesenta tres edificios más emplazados en diecinueve provincias distintas, que quedaron sueltas.

El viaje de estudios a Granada se realizó en mayo de 1856, reuniendo a un grupo de dieciséis alumnos, dos profesores –Jerónimo de la Gándara y Nicomedes de Mendívil- un fotógrafo y un formador –Juan Antonio Villegas- que se encargó de la ejecución de modelos de yeso. La expedición se centró fundamentalmente en la Alhambra, en un momento en el que el edificio, bajo el dominio de la familia Contreras, iniciaba un proceso de intervenciones y restauraciones.

Finalmente, como documenta Javier Ortega, los dibujos que se publicaron no fueron los de los alumnos, sino que se encargaron, previo pago, a los profesores mencionados y a los restauradores del monumento.

 

La contribución de los viajeros románticos

Desde que Henry Swinburne (1743-1803) se hiciera eco de la belleza de las antigüedades árabes de España en su obra Travels through Spain in the Years 1775 and 1776 in which Several Monuments of Roman and Moorish Architecture are illustrated by accurate Drawings taken on the Spot (Londres, 1779), han sido muchas las referencias de los arqueólogos, artistas y eruditos extranjeros sobre el patrimonio monumental de la cultura andalusí. Quizá, de entre los muchos extranjeros que visitaron La Alhambra durante el siglo XIX, el que dejó una huella más profunda fue, seguramente, el norteamericano Washington Irving (1783-1859), quien viajó por Francia, Italia y España entre 1804 y 1806, recalando en nuestro país para estudiar por encargo de su gobierno la documentación histórica relativa al Nuevo Mundo disponible en los archivos españoles. Irving permaneció en España como diplomático, primero como secretario de la embajada norteamericana en Madrid entre 1829 y 1832, y después como embajador, desde 1842 hasta 1845. Se le puede considerar el primer hispanista norteamericano y su obra más célebre, Los cuentos de La Alhambra (The Alhambra: A Series of Tales of the Moors and Spaniards), publicada en Filadelfia en 1832, contribuyó como pocas a la difusión internacional del monumento nazarí.

Pero lo cierto es que la nómina de los viajeros ingleses, norteamericanos o franceses que hicieron de La Alhambra (y también de otros monumentos como la Mezquita de Córdoba) una referencia artística ineludible para la construcción de la imagen de España a los ojos de los europeos del siglo XIX es muy abundante. Y por ello, seguramente en justa correspondencia, también resulta muy extenso y rico el fondo histórico de que dispone nuestra biblioteca para el estudio de esta materia.

Entre los viajeros franceses más importantes que se entregaron al estudio del arte hispanomusulmán tendríamos que destacar, en primer lugar, a Alexandre Laborde (1773-1842), quien sirvió como diplomático en la embajada francesa de Madrid en 1800 y que es autor del Itinéraire descriptif de l'Espagne (Itinerario descriptivo de España), publicada en cinco volúmenes y un atlas en París en 1834, y del Voyage pintoresque et historique de l’Espagne, una excelsa obra publicada entre 1812 y 1820 en formato “gran folio”, que equivale en las medidas tradicionales de las ediciones españolas a unos 44 cm de longitud. Tampoco pueden obviarse, sobre todo en atención a su muy especial calidad artística, los llamados Voyages en Espagne (1875), de Jean Charles Davillier (1823-1883), muy conocida por los espléndidos grabados de Gustavo Doré (1832-1883) que la ilustran. Pero si hay una obra de entre el conjunto de materiales editados en francés que conserva nuestra biblioteca que no ha podido dejar de seleccionarse para esta exposición esa ha sido la de Joseph-Philibert Girault de Prangey (1804-1892) titulada Essai sur l’architecture des árabes et des mores, en Espagne, en Sicile et en Barbarie, un libro publicado en París por Hauser en el año 1841 que forma parte del llamado “Legado Cebrián”. Girault de Prangey, formado como pintor en la Escuela de Bellas Artes de París, fue uno de los pioneros de la fotografía en Francia y un gran apasionado del arte islámico. Ya en 1832 había realizado un primer viaje por España, visitando Andalucía y haciendo estudios y dibujos de los principales monumentos musulmanes que fueron publicados bajo el título de Souvenir de Grenade et de l’Alhambra, première partie de ses Momuments árabes et moresques de Cordoue, Séville et Grenade dessinés et mesurés en 1832 et 1833, en el año 1836.

 

Desde finales del siglo XVIII los autores británicos también contribuirán a hacer de La Alhambra un símbolo imperecedero del arte español. Tal es el caso del arquitecto y anticuario irlandés James Cavanah Murphy (1760-1814), autor del libro The Arabian Antiquities of Spain (Londres, 1816), obra publicada de forma póstuma que es resultado de los largos años de su trabajo en los monumentos de Granada y Córdoba, en los que trabajó entre los años 1802 y 1809 mientras desempeñaba misiones diplomáticas en la ciudad de Cádiz.

Nuestra biblioteca conserva magníficas muestras del interés y la curiosidad de los eruditos ingleses por las antigüedades árabes españolas. No podemos dejar de destacar el libro de Owen Jones (1809-1874) titulado Plans, elevations, sections, and details of the Alhambra, una obra cumbre del orientalismo anglosajón del siglo XIX. Este libro, cuyo título completo es el de Plans, elevations, sections, and details of the Alhambra from drawings taken on the spot in 1834 by Jules Goury, and in 1834 and 1837 by Owen Jones; with a complete translation of the Arabic inscriptions, and an historical notice of the kings of Granada from the conquest of that city by the Arabs to the expulsion of the Moors, by Pasqual de Gayangos, constituye uno de los testimonios más importantes de este interés de los estudiosos británicos hacia La Alhambra. La obra deja constancia del fiel trabajo de toma de datos que llevó a cabo el arquitecto inglés, quien tuvo la oportunidad de estudiar y tomar dibujos de los palacios nazaríes en un primer viaje realizado a la capital del Darro en 1834 acompañado del arquitecto y dibujante francés Jules Goury (1803-1834), quien contrajo el cólera y murió trágicamente durante su estancia en Granada. Jones regresó a Inglaterra con sus bocetos y los de Goury, llevando consigo además una gran cantidad de moldes y vaciados de adornos y molduras, y regresó a La Alhambra de nuevo en 1837 para completar las mediciones y dibujos en distintos aspectos que quedaron sin terminarse como consecuencia de la muerte repentina de Goury. Owen Jones, que se inspiró en los colores de La Alhambra para la decoración del Palacio de Cristal de la Exposición Universal de Londres de 1851 y construyó más tarde una réplica del Patio de los Leones en el Palacio de Cristal de Sydenham (1854), sería el impulsor de la creación del Museo Victoria y Alberto de Londres, institución que conserva una de las más importantes colecciones de modelos arquitectónicos procedentes del taller de yesos de los Contreras de La Alhambra.

Nuestra selección de libros extranjeros se cierra con el libro Moorish remains in Spain (Londres, 1906), una de las obras más conocidas de Albert Frederick Calvert (1872-1946), un ingeniero de minas de formación pero incansable viajero y escritor por vocación (dedicó años a la exploración del noroeste de Australia) que publicó a comienzos del siglo XX nada menos que 36 libros sobre España, entre los que destacan obras como Impressions of Spain (1903), The Alhambra (1904), Granada and the Alhambra (1907), Granada. Present and Bygone (1908) o Southern Spain: painted by Trevor Haddon (1908).

 

Por el camino del conocimiento

Los años finales del siglo XIX y, sobre todo, las primeras décadas del siglo XX van a constituir un periodo de auge y desarrollo del trabajo de investigación histórica del patrimonio monumental andalusí. A las obras pintorescas de los viajeros románticos suceden ahora los trabajos científicos de investigadores como Manuel Gómez-Moreno, cuyo magisterio enlaza con la generación siguiente en la que brillan con luz propia las contribuciones de autores tan destacados como Leopoldo Torres Balbás o Antonio Gallego Burín. Del mismo modo, las restauraciones poco rigurosas que se habían desarrollado durante la segunda mitad del siglo XIX bajo la tutela de la familia Contreras, darán paso, ya entrado el siglo XX, a las intervenciones del propio Torres Balbás durante los años veinte y treinta, y las de Prieto Moreno, que continuará con esta labor a partir de la Guerra Civil.

 

Rafael Contreras Muñoz (1826-1890)

Hijo del arquitecto José Contreras Osorio, es una de las figuras claves del “Alhambrismo” y fue uno de los mayores responsables de la difusión de la imagen del monumento por todo el mundo y muy especialmente en Gran Bretaña (donde recibió el nombramiento como miembro honorario del Royal Institut of British Architecture), sobre todo gracias a sus espléndidos vaciados de yeso. La primera mención de que disponemos de la labor de Rafael Contreras en La Alhambra es de 1842, cuando aparece como “maestro de molduras y dibujos” a sueldo, junto a su cuñado José Medina. La calidad de su trabajo le hace merecedor del encargo de un gabinete árabe para el Palacio Real de Madrid, que se instaló finalmente en el Palacio de Aranjuez, y a su nombramiento en 1847 por Real Orden de Isabel II como restaurador-adornista de la Alhambra, para dedicarse “especialmente á restaurar los adornos de aquel bellísimo recuerdo de la España árabe [...] inquiriendo con el mayor cuidado y más detenida crítica [...] á fin de no hacer en nada una invención artística, sino renovar hasta donde se pueda tal como se hallaba al tiempo de los Reyes Católicos”. Al pasar el monumento a propiedad del Estado después de la Revolución de 1868, Contreras se convertirá en el principal responsable de las obras de conservación y restauración, que se desarrollaron bajo su dirección entre 1870 y 1888.

Como ha señalado el profesor José Manuel Rodríguez Domingo, “la valoración de las cuatro décadas en que Contreras “gobernó” la Alhambra debe ser estimada en líneas generales como muy beneficiosa, a pesar de evidentes desaciertos, y siempre dentro de la defensa de la restauración estilística. Resulta revelador cómo las referencias a su labor son contradictorias y prevalecen los juicios que le achacaban un excesivo personalismo en todo lo referente al monumento, imponiendo su particular criterio sobre el de técnicos aparentemente más cualificados, ya fuesen arquitectos, arqueólogos o historiadores. A pesar del extraordinario ánimo de lucro con el que la familia Contreras rodeó todas sus actuaciones, durante esta etapa se frenó una situación de incuria y abandono secular, modernizando las estructuras organizativas y recuperando una serie de valores que, si bien pueden ser calificados de románticos e idealistas, cuando menos contribuyeron a difundir una imagen universal tan prestigiosa como resultaba la de las catedrales góticas”.

Rafael Contreras es el autor del libro, que aquí exponemos, Del arte árabe en España, manifestado en Granada, Sevilla y Córdoba por los tres monumentos principales, La Alhambra, el Alcázar y la Gran Mezquita, en una bellísima edición granadina de 1875.

Manuel Gómez-Moreno (1870-1970)

Manuel Gómez-Moreno Martínez es uno de los grandes patrimonialistas españoles. Arqueólogo, epigrafista e historiador del Arte, cursó la carrera de Filosofía y Letras en su Granada natal entre 1886 y 1889, formándose al abrigo de su padre, el pintor Manuel Gómez-Moreno González (1834-1918), una de las personas más comprometidas de su tiempo en el estudio de las antigüedades granadinas, creador del Museo Arqueológico y secretario de la Comisión Provincial de Monumentos entre 1870 y 1878. En 1900, a instancias de Juan Facundo Riaño, director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y académico de la Historia, recibe el encargo para redactar el Catálogo Monumental de la provincia de Ávila, al que seguirán los de Salamanca (1901), Zamora (1905) y León (1906), reincorporándose a su término como profesor a la Escuela de Artes y Oficios de Granada. En 1910 se incorporará al Centro de Estudios Históricos, dirigido por Ramón Menéndez Pidal e integrado en la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas creada en el año 1907. Aquí se hará cargo Gómez-Moreno de la sección de Arqueología en 1914, quedando la de Arte bajo la dirección de Elías Tormo y Monzó. Se centra a partir de 1910 en el estudio de la arquitectura mozárabe, sobre las que desarrolla importantes trabajos de campo con la colaboración del arquitecto Francisco de Paula Nebot, el joven estudiante de Arquitectura Leopoldo Torres Balbás y Juan Allende-Salazar, todos alumnos de su primer curso en el Centro de Estudios Históricos. En 1911 termina su tesis sobre Arqueología Mozárabe, ganando enseguida por oposición la cátedra de Arqueología Árabe de la Universidad Central en el año 1913. Miembro desde 1917 de la Real Academia de la Historia, en la que ocupó el cargo de Anticuario hasta 1956, fue el creador de la prestigiosa revista Archivo Español de Arte y Arqueología y dirigió el Instituto Valencia de Don Juan (1925). Nombrado por Elías Tormo Director General de Bellas Artes en 1930, su extraordinario prestigio se acrecentará con su nombramiento como Académico de Bellas Artes de San Fernando (1931) y de la Real Academia Española (1942), recibiendo el doctorado honoris causa por la Universidad de Oxford en 1951.

Leopoldo Torres Balbás (1888-1960)

Formado en la Institución Libre de Enseñanza, en el Centro de Estudios Históricos y en la Escuela de Arquitectura de Madrid, tras obtener el título de arquitecto en el año 1916, fue secretario de redacción de la revista Arquitectura, desde la que publicó importantes artículos sobre conservación y restauración del patrimonio arquitectónico. En 1923 escribió un estudio sobre la Vivienda Popular Española que ganó el premio Charro Hidalgo del Ateneo de Madrid. En el año 1923 fue nombrado arquitecto conservador de la Alhambra y el Generalife de Granada y durante trece años realizó una muy importante labor de recuperación del conjunto nazarí. En gran medida la Alhambra se ha conservado como la conocemos gracias al trabajo de Leopoldo Torres Balbás. Fue nombrado en 1929 arquitecto de la sexta zona monumental y extendió su labor de conservación y restauración a otros monumentos de las provincias de Granada, Málaga, Almería, Jaén y Murcia. En 1931 ganó la cátedra de Historia de la Arquitectura y las Artes Plásticas de la Escuela de Arquitectura de Madrid, y ese mismo año participó en la Conferencia de Atenas. En la Guerra Civil fue destituido de su puesto de arquitecto conservador de la Alhambra de Granada y no pudo seguir trabajando en conservación y restauración del patrimonio arquitectónico. Hasta su muerte se dedicó a la enseñanza de la Historia del Arte y de la Arquitectura y a la investigación.

Antonio Gallego Burín (1894-1961)

Historiador del Arte, Antonio Gallego obtuvo en 1925 la cátedra de Teoría de la Literatura y de las Artes de la Universidad de Salamanca, pasando posteriormente a la Universidad de Granada. En 1926 será nombrado delegado de la Comisaría Regia de Turismo en la capital andaluza, cargo desde el que impulsa la restauración de la Casa de los Tiros y la creación del Museo de Historia de la ciudad. También colabora con Leopoldo Torres Balbás y Emilio García Gómez en la creación de la Escuela de Estudios Árabes y la recuperación de la Casa del Chapiz. Alcalde de la ciudad entre 1938 y 1940 y desde 1941 hasta su nombramiento como Director General de Bellas Artes en 1951, fue también Gobernador Civil de Granada en 1940 y 1941, Procurador en Cortes y director del Instituto de España. Entre sus obras más importantes se puede destacar el libro La Capilla Real de Granada. Estudio histórico y guía descriptiva de este templo (1931), pero su trabajo más conocido es la Guía de Granada editada en dos volúmenes en 1938. La Biblioteca de la Escuela conserva la primera edición de esta obra, cuyo primer tomo, que aquí exponemos, está enteramente dedicado a La Alhambra y el Generalife.

La Comisaría Regia de Turismo

Creada en 1911 a iniciativa del Marqués de la Vega-Inclán, Benigno de la Vega-Inclán y Flaquer (1858-1942), para la promoción del turismo y la divulgación de la cultura artística popular, tuvo su sede en el número 13 de la calle de San Mateo, en el palacio ocupado en la actualidad por el Museo del Romanticismo. En el año 1928 la Comisaría fue reemplazada por el Patronato Nacional de Turismo, organismo desde el que se impulsó la Red de Paradores Nacionales.

La Comisaría Regia promovió la restauración y la apertura al público de importantes monumentos españoles, como los jardines de los Reales Alcázares de Sevilla, la Sinagoga del Tránsito y la Casa del Greco en Toledo, la Casa de Cervantes en Valladolid, o la Casa de los Tiros en Granada. Entre sus actividades para la difusión del arte español hay que destacar la publicación de la serie de guías “El Arte en España”, que editaba en Barcelona la casa Hijos de J. Thomas, y que recogía en tomos monográficos elementos muy señalados de nuestro patrimonio, ocupándose cada uno de los modestos pero cuidadísimos volúmenes de una ciudad, un monumento o un  artista concreto, ilustrándose con 48 fotografías en blanco y negro de gran calidad. Los textos de esta colección, que se publicaba en edición trilingüe (español, francés e inglés), se deben a los más prestigiosos especialistas de la época, entre los que encontramos nombres como los de Manuel Gómez-Moreno, José Ramón Mélida, Vicente Lampérez, Luis Domenech i Montaner, Francisco Javier Sánchez Cantón, Elías Tormo o Manuel B. Cossío, entre otros). Exponemos aquí el volumen correspondiente a La Alhambra, con textos de Manuel Gómez-Moreno, en su edición de 1915.

 

El Taller de Vaciados de La Alhambra

Durante su etapa como conservador de La Alhambra Rafael Contreras, en colaboración con su hermano Francisco Contreras, puso en funcionamiento un importante taller de vaciados de yeso que proporcionaba reproducciones, no siempre estrictamente fieles, de elementos y decoraciones de los palacios nazaríes. Este taller vino a constituirse en una lucrativa industria que, a la postre, contribuyó de forma decisiva a la difusión del “alhambrismo” por todo el mundo. El gabinete construido por Contreras en el Palacio de Aranjuez se convertiría además en un modelo de referencia de esta “moda morisca” tan extendida en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX gracias a la presencia de modelos de los monumentos nazaríes en las grandes exposiciones internacionales de Londres (1862), París (1855, 1865, 1867 y 1878) o Amberes (1885). El taller de vaciados se mantendría en funcionamiento durante todo el periodo de gestión del monumento por el arquitecto Mariano Contreras Granja, que sucedió a su padre a propuesta de la Comisión de Monumentos en 1890 y fue el responsable de la conservación de los palacios de La Alhambra hasta su dimisión en 1906. Las maquetas de fachadas y elementos murales fueron las que más se comercializaron, posiblemente por la facilidad para reproducirlas y para transportarlas. Pero a partir de 1870, precisamente con la incorporación de Mariano Conteras al taller, aumentará el número de maquetas de tres dimensiones. El éxito comercial de esta clase de piezas fomentó la aparición en la ciudad de Granada de otros talleres como los de Fernández de Castro, Enrique Linares o Rafael Rus, que produjeron desde finales del siglo XIX esta clase de modelos, maquetas o simples recreaciones, aunque muchas veces de una calidad artística inferior.

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